Monday, September 25, 2006
Fast food
Granada no es conocida internacionalmente únicamente por la Alhambra, también es conocida como la ciudad del botellón. Esto se debe a la labor de una clase política que prefiere jóvenes aborregados enganchados a un biberón de calimocho, antes que personas que desarrollen una conciencia crítica que pueda cuestionar sus políticas basadas en el desarrollo insostenible y en la especulación urbanistica. Políticas que se han asentado a lo largo y ancho de toda la piel de toro y de sus archipiélagos y que parecen diseñadas para incentivar el consumo de cemento y de paso engrosar las cuentas corrientes de una clase elitista y corrupta formada por políticos y empresarios.
Todos estos pensamientos arriaron en mi mente al contemplar el grafiti que algún inspirado poeta había dejado grabado en una pared del bajo Albaicín. Allí, en un destartalado paredón del barrio más antiguo de Granada, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco, entre el olor a orines y a alcohol producto del botellón de la noche anterior y el aroma de las higueras generosamente cargadas de frutos, algún poeta desarmado, que no desalmado, había escrito una frase llena de contenido, una pura lección de filosofía en apenas siete palabras.
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