Thursday, December 14, 2006

Evasion (Escape), from the soul to the stars



Hace años, creo que fue en el verano de 2000, tenía un trabajo en el que no solía librar los fines de semana. No era algo que me importase demasiado, ya que por entonces yo no solía trasnochar los sábados ni cometer demasiados excesos.
Solía tener libres dos días, normalmente en mitad de la semana. Como ninguno de mis amigos libraba esos días, solía emplearlos en perderme por Sierra Nevada. Así, eran frecuentes mis ascensiones nocturnas al Mulhacén o mis caminatas con mochileros por las Alpujarras.

Recuerdo una noche de agosto en la que, después de pasar el día en la Vereda de la Estrella, decidí subirme a dormir al Mulhacén. Ascendí con mi coche hasta la barrera de borreguiles y de allí subí a pie hasta la pista que comienza junto al refugio de La Carihuela. Era una noche agradable y como sólo llevaba el peso de un fino saco de dormir y de algo de agua, no resulto muy duro el ascenso. Una vez en la Carihuela comencé a seguir la pista que conecta con Capileira, una pista que en las tinieblas de la noche puede parecer infinita. Al llegar a la laguna de la Caldera me detuve en el Refugio para pasar allí la noche. Esa noche no había nadie utilizando el refugio y, como no era tarde, serían poco más de las once de la noche, decidí hacer un último esfuerzo y ascender hasta la cumbre por esa vereda quebrada que las botas de los montañeros han labrado en el paisaje.
Cuando alcancé la cubre, busqué un lugar protegido del viento en el que extender mi esterilla y el saco para pasar la noche.
Una vez que me enfundé en el saco, observando el magnifico cielo estrellado y en la más absoluta de las soledades, me invadió una de las sensaciones más extrañas que he experimentado a lo largo de mi vida.
Bajo un firmamento infinito, con millones de cuerpos celestes, me sentí un ser absolutamente insignificante; sentí que todos éramos seres insignificantes en un mundo insignificante, que todas nuestras vidas con sus irresolubles problemas, con sus terribles dramas, son tan importantes para el orden del universo como el aleteo de una mariposa o el canto de un grillo.
Allí me quedé, con el cuerpo tumbado bajo las estrellas y la mente por encima de ellas, observando el universo, la tierra, la ciudad y a mi mismo desde la perspectiva que da esa altura. Allí me di cuenta de nuestra insignificancia, de nuestra fragilidad; de que sólo somos polvo de estrellas, de que no somos más importante que nada, pero tampoco nada es más importante que nosotros; de que somos tan extensos como el universo y tan pequeños como el corazón de una libélula; tan fuertes como una roca y tan frágiles como un gota de rocío. Que, en definitiva, sólo somos, al igual que todo lo que nos rodea, átomos en continuo movimiento, fragmentos de una infinita danza cósmica…

Es bueno de vez en cuando salir de uno de mismo, ver los problemas, los sentimientos y la vida desde un lugar elevado, ver que las cosas tienen la importancia que se le quiera dar; que nada es demasiado grande ni demasiado pequeño y que más allá de nuestros problemas y de nuestras inquietudes, volvemos a estar nosotros…

3 comments:

Anonymous said...

¿No te dio vértigo? No me refiero a la altura, sino a esa especie de vacío que se tiene que sentir ante una inmensidad tan grande. Como una agorafobia repentina.

JoseaGuti said...

Pues un poco, la verdad... :P

Anonymous said...

Conozco todo eso que describes ,desde la vereda de la estrella, el refugio y esas largas caminatas.Todo es precioso , llénate de todo lo bonito que hay en nuestra ciudad y aparta el dolor a un lado ,aunque nos duela tenemos que hacerlo ,duele tanto que nos es dificil hasta respirar,pero hay que seguir adelante un beso muy fuerte ......Luna.